miércoles

Bajo la luz de un proyector

Al principio, el autor pretendió resolver la interpretación del dibujo con un chiste mediocre, variando una frase de Lutero: <<¡Él está aquí y no sabe hacer otra cosa!>>. Pero luego le pareció que tal vez supusiera una limitación excesiva de la existencia exhibicionista propia de todo autor. Al fin y al cabo, él tenía más que ofrecer que aquello que ocasionalmente se incluye en el concepto <<deleite>>.   El desnudarse del autor no sólo se produce -véase el símbolo plástico- coram publico, o sea, ante un público, sino siempre y en todo momento, incluso cuando está personalmente ausente y se deja sustituir de forma literal por un texto impreso. Hay algo, sin embargo, en común entre el autor y el exhibicionista <<normal>>, que arrastra por parques y lugares apartados su lamentable anormalidad: aquél carece igualmente de todo pudor. Saca afuera lo más íntimo de su interior. Muestra lo más secreto, su alma, la mayoría de las veces una lastimosa realidad o quimera, como se prefiera. Desembucha lo que lleva dentro sin la menor consideración para consigo mismo o para el potencial lector. Deja ver sin reservas sus heridas sangrantes y sus feas cicatrices. No hay perversión que se le oculte: las conoce todasy las enseña con fruición. Sabemos perfectamente que padece una neurosis obsesiva, un impulso irrefrenable de esciribr, al que, pese a sus nefastas experiencias ( por enjemplo, con la crítica), se ve obligado a ceder una y otra vez. Ni qué decir tiene que experimenta placer satisfaciendo este impulso. Como autor compulsivo es del todo incurable: un caso absolutamente patológico, cuya terapia, sin embargo, resultaría letal y mataría al autor. Seamos, pues, benévolos, dejemos que siga entregándose a su perverso y pernicioso juego, y alegrémonos de haber nacido tan normales y tan sanos.

Günter Kunert.
''El libro de los libros'' de Quint Buchholz.

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